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Amaneciendo en Caracas, Mi Sucursal del Cielo


Hay gente que definitivamente nos cambia la vida, particularmente considero que he tenido la fortuna de tener mucha gente especial, de esas que cambian tu forma de ver, sentir y vivir el mundo que te rodea.


En una ocasión le comenté esto a mi padre, quien me aseguró que no era suerte, sino mi particular capacidad de escuchar.

Esa misma capacidad que me abrió los ojos al maravilloso planeta tierra.

Entre tantas personas geniales que han iluminado mi vida, hay dos que merecen especial mención,  curiosamente en este momento, en el cual evoco a este par de seres espectaculares,  salta a mi mente la coincidencial providencia de que ambos eran mis padrinos bautismales.

Qué curioso, para los católicos,  nuestros padrinos han de ser guías que ayuden a nuestros padres a mantenernos en el camino de la fe, custodios de nuestros valores y guías de nuestra vida.

Escribo con la mente impregnada de ésta coincidencia,  si le puedo llamar así.  Mi mente se sobrecarga de imágenes y recuerdos que validan el poder de este dúo, y su contribución para convertirme en el ser feliz que soy hoy día. 

Mi abuelo Poleo y mi bisabuela Panchita fueron simplemente, extraordinarios,  de vidas singulares que tuve la dicha de conocer y disfrutar. Personajes de principios del siglo pasado, de visiones diferentes, de paradigmas forjados por la convulsionada Venezuela de esos tiempos.

¿Será que la convulsión marca todos nuestros principios de siglo? Vaya tema para otro artículo.

Pero volviendo a mis “padrinos mágicos”, debo reconocer que podría pasar días enteros hablando de su vida y de lo que su experiencia dejó en la mía.

Pero cada uno tuvo aspectos resaltantes que vale la pena mencionar, “El viejo Poleo” (Como le decía mi mamá), fue un hombre alegre, ávido lector, amante de los viajes, mi profesor de dominó y bolas criollas, fue poeta, enamorado y siempre tuvo su par de zapatos dispuestos, para hacer lo que se tenía que hacer.

Mi abuelo era un conocedor de todo, un autodidacta, hasta llegó a dejarnos un libro con sus más bellos poemas.

De tantas cosas maravillosas que le escuché, hay una máxima que siempre repetía y que he cultivado religiosamente:

“El cerebro es como un músculo que hay que mantener tonificado”

En cambio, mi abuela Panchita era un ser sencillo, lleno de fe y luz, al contrario que el Viejo Poleo, era analfabeta, sin embargo nadie le ganaba con los números, incluyendo a “El Relancino” de la Lotería de Caracas.

Panchita levantó a sus hijos y nietos a fuerza de planchar, preparar arepas, conservas y sus fabulosas hallaquitas de hoja. De sonrisa rápida, mano firme y rectitud inquebrantable, esa era otra que le encantaba viajar, conversar y curar almas y cuerpos a través de hierbas.

Mi vieja era fabulosa, en las noches oscuras, en esas que el miedo asalta a un niño que veía dragones entre las sombras del cuarto, ella acudía en mi auxilio, me llevaba a su cuarto en donde liberaba su larga melena mientras yo miraba embelesado, como peinaba esa cabellera que le llegaba hasta el piso. Cuando se soltaba el moño ya se había hecho sus fricciones con el extraño brebaje de hierbas y alacrán el cual conservaba en su closet.

Ya había colocado el agua para los espíritus en el pequeño altar de la cruz adornada por multicolores cintas, con la humeante vela que iluminaba el pálido rostro de mi Tío Frank, “suicidado” por la policía en tiempos de guerrilla. Múltiples historias de Santos, de héroes y de la maravillosa naturaleza que nos rodeaba, arrullaron mis sueños mientras el peine se deslizaba entre su entrecana cabellera.

Poco antes de la salida del sol la escuchaba cantar, acompañada de los cantos de sus arrendajos, mientras les limpiaba la enorme jaula. Esas aves ancestrales para la mente de un niño que las recuerda eterna.

Ella hacía simple lo complejo y nunca paraba, porque “Nadie merece comer si no se gana la hogaza de Pan”, decía.

Ella esperaba el amanecer, porque cuando salía el sol, si prestabas atención, podías escuchar a los Ángeles dar gracias a Dios.

Soy nacido en Caracas de padre inquieto que nos enseñó a conocer, visitar y a amar todo este bello país, mi Venezuela querida. Debo reconocer que Caracas nunca fue un secreto para mí, mi abuelo siempre viajó con nosotros y mi abuela panchita, siempre me llevó a sus largas caminatas por Caracas, porque hay que ver, como caminaba mi vieja.

Mi Caracas, al igual que mi Venezuela, está colmada de maravillosas historias y fascinantes leyendas.

En mi Caracas me pareció haber visto bajar piratas por la silla de Caracas, me entristeció saber de los asustados caraqueños, huyendo hacia Oriente abandonando tesoros de morocotas enterradas en La Pastora, mientras Boves y sus sanguinarias huestes masacraban a los rezagados. Caminando por mi ciudad me parece ver el tranvía pasar por las calles de la Candelaria y hasta me parece reconocer al fantasma de los Canarios, que vendían vino en la esquina del Chorro.

En mi Caracas corretee con el niño Bolivar en el patio de Granados, creí ver el limonero con el Nazareno enredado  y pude percibir la pestilencia emanada por los restos de los muertos por la peste enterrados a un lado de la catedral.

La misma Catedral de Caracas en donde mi vieja me hizo arrodillar, por respeto ante la tumba de los padres del libertador y admiré, boquiabierto, La Ultima Cena inconclusa de Arturo Michelena.

Por muchos años temí pasar por la Plaza Bolivar porque aún me parecía escuchar los gritos de Jose María España, condenado a morir torturado y descuartizado en el sitio tras la Conspiración emancipadora conocida como la Conspiración de Gual y España.

Yo estuve en la iglesia de Santa Teresa, aquella fatídica Semana Santa, cuando al grito de “fuego” lanzó a una multitud aterrorizada fuera de la atestada catedral, dejando una estela de muertos y heridos; Mi vieja, con valor y su clasica serenidad, me lanzó dentro del área de la pila bautismal en donde me protegió hasta que pudimos salir.

Mi Abuelo me hablaba de un Pedro Poleo que fue Amo del Valle, lo que me hizo beberme toda la obra de Francisco Herrera Luque y de cómo nuestras raíces bajaron de El Hatillo para vivir en la capital, siempre le dije que los Poleos cambiaron la Boyera por una vaca… también me hablaba de cómo siendo un muchachito, el joven  Poleo, conocido emparejador de los deliciosos Majaretes que vendía su mamá, le servía al Dr. Jose Gregorio Hernandez, su vinito tinto al caer la tarde, en la Panadería de Las Gradillas.

Como no amar a Caracas… a los 17 años me fui a estudiar fuera de mi Caracas, no fue fácil adaptarme, era cierto, extrañaba muchas cosas, mi familia, mis amigos, mi casa, mi cama… pero hay algo que me hacía más falta que todo lo demás, que me desorientaba, me hacía sentir desnudo, a la intemperie… me hacía falta El Ávila, mi Norte geográfico, la sombra constante en la vida de los caraqueños, nuestro protector del “peligroso mar”!!!

Mi Caracas no ha cambiado, ha cambiado su gente. Los héroes, mártires y santos siguen ahí, ignorados por el apuro cotidiano, nadie le para a Isidoro y su coche, no es fácil entre tanta moto y tráfico.

Nadie espera a Pacheco bajar desde Galipán, con su cargamento de flores a ser vendidas en la Plaza de la Candelaria, en donde aún se ven los ramos entre borrachitos y moto taxis.

Los fantasmas se ocultan de los atracadores, mientras las ánimas se recogen más temprano, todo los lunes en las cercanías de Santa Teresa.

Pero es que nadie dice que la cosa sea fácil, lo que pasa es que estamos distraídos.

Mis Viejos son hijos de un Bloqueo Naval, sobrevivieron sangrientas dictaduras y conocieron de 2 Guerras Mundiales, tuvieron sus hijos con la primera Bomba Atómica y sus primeros nietos cuando el hombre llegaba a la luna.

Y no hubo nada, absolutamente nada, que les impidiera amar y trabajar por esta tierra maravillosa que les vio nacer.

Yo sigo amando y disfrutando a Caracas y le doy gracias a Dios porque aún me tropiezo, todos los días, a estos personajes maravillosos. No paro de “Ejercitar” el cerebro y  al amanecer me paro al lado de mi vieja Pancha, miro hacia el Este y abro los brazos al amanecer, el bullicio, las sirenas, las cornetas, todo se va callando, y cuando aparece el primer rayo del sol, brevemente, aún puedo escuchar el canto de los Ángeles dando Gracias a Dios por su creación.

Cuando pasa el momento veo a mi vieja, bañada de luz, mirando a donde “Se Pone Petare” y con esa sonrisa preciosa me recuerda, “Por ahí se fue el Libertador para salvar a los caraqueños de Boves”.-

Y por mis Barbas, que por ahí se irán tarde o temprano, todos los que nos han quitado 15 años de nuestro tiempo por abrazar infelices aventuras de odio y división.

Nunca olviden que no hay noche larga sin que venga un amanecer… y justo en ese instante, uniremos nuestros cantos a los de los Ángeles, dando gracias a Dios.

Dios te bendiga Patria Mía, Juntos disiparemos la oscuridad.



“Que para amanecer no hacen falta gallinas, sino el cantar de Gallos”
Ali Primera

Reinaldo Poleo
@rpoleo

Comentarios

yolagope53@gmail.com ha dicho que…
Me encantó el relato de Una Aventura llamada vida, narrada con tanto sentimiento y pasión, principalmente porque conocí a los dos principales personajes..el Sr Poleo y mi querida abuela Panchita,de quién tengo muchos gratos recuerdos, gracias Reynaldo .. maravilloso desde el principio hasta el final...

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